jueves, 23 de julio de 2009

Dime, Mariposa

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¿Por dónde has volado, mariposa? Tus alas traen colores que no son de este lugar, pero tus ojos no parecen añorar los paisajes de tu largo viaje. ¿Trajiste algo? Aunque tus manos se vean vacías, sé que acariciaron hojas que nunca antes habías visto, hojas nuevas de todas las formas y texturas posibles. Dime, ¿cómo se sentía el rocío de la mañana? ¿Es cierto eso que dicen de las fragancias del amanecer de las tierras más allá de la montaña? ¿Es cierto que se sienten dulces y chispeantes y que te despiertan formando imágenes imposibles con lo mejor de toda tu vida? Mariposa... ¿por qué no contestas...? ¿estás triste? Tal vez el viaje no fue lo que esperabas, tal vez encontraste solo un desierto en vez de un bosque fantástico, tal vez no había otras flores que te dieran alimento y regresaste tan débil que simplemente no puedes hablar... O tal vez... tal vez era un lugar tan sorprendente que te robó el habla. Sí, eso debe ser, viste tan de cerca tanta belleza que estás abrumada y no encuentras palabras para expresar todos los pensamientos que vuelan en tu cabeza como dientes de león galopando en la brisa. Si es así, sonríe y yo entenderé y compartiré tu alegría. Me llenaré de dicha porque así sabré que has sido feliz y seguiré sonriendo todo el día hasta el atardecer y... ¿Qué pasa? Tus ojos están húmedos...

Dejo de hablar por un momento y bajo la mirada. Demasiadas preguntas, demasiado rápido, no era mi intensión acosar a la bella mariposa con mis palabras, pero en mi desenfreno por compartir su experiencia no me detuve a pensar en que tal vez no todo había sido hermoso, que probablemente había vivido experiencias duras, depués de todo, los viajes siempre están llenos de buenos y malos momentos. Solo espero que esta aparente tristeza no le impida revolotear por el bosque como siempre lo hizo... antes que decidiera ir a conocer nuevos mundos, antes que la aventura brillara con tanta intensidad más allá de la montaña. Levanto la mirada una vez más y la veo sumida en sus pensamientos, con una mirada dulce y triste que no veía hacia el bosque, sino que se remontaba días atrás escarbando entre sus recuerdos. Conozco esa mirada.

Moviéndome con la suave brisa que siempre corría por el bosque, dejo que mis hojas y pétalos hagan una delicada danza con el único fin de llamar la atención de la mariposa. Después de todo, siempre me han dicho que soy una flor encantadora.

Mariposa, no hace falta que me cuentes tus secretos. Debí ponerte un poco más de atención antes de atropellarte con preguntas, porque tus ojos lo dicen todo. Tu mirada habla de lo que dejaste atrás, de alguien que te iluminó y le dio brillo a tus alas, pero que ya no está contigo. No hace falta que me lo cuentes, porque lo puedo adivinar. Es como si hubieras dejado una parte de ti en aquel otro lugar, como si fuera tu propia voz la que se quedó tras las montañas y oyes que te llama, pero sabes que no puedes... o no quieres regresar. Si cubro mis pétalos con mis hojas, si cierro los ojos, casi que la puedo escuchar. Sé que te llama y te pide que regreses, pero no lo haces y te aferras al bosque que te vio crecer, buscando fuerzas para aferrarte a lo que ya conoces. No sé qué habrás vivido, mariposa, pero soy egoísta y muy en el fondo estoy feliz de que hayas regresado. No puedes culpar a una flor por ser vanidosa y pensar solo en sus deseos, así como yo no puedo culpar a una mariposa por querer volar lejos. Solo te diré que este lugar es hermoso y está feliz de tenerte otra vez.

La mariposa levantó su mirada y me vio, quizás por primera vez desde su regreso. Dulce mirada que es la mejor recompensa ante mi insistencia. Bañada en el color de sus ojos, mis pétalos brillaron como nunca antes en ese momento efímero que recordaría por siempre.

lunes, 13 de julio de 2009

Hojas y Ojos

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"Eres tan hermoso y tan arrogante. ¡Baja la mirada de una vez por todas y pon tus miles de ojos en mí! Merezco mucho más que la limosna de una hoja muerta."

"Bosque, ¿qué tan alto quieres llegar? Extiendes tus ramas hacia el cielo pero no dices qué estás buscando. Miras hacia arriba y nada te detiene. Ya has perdido casi todas tus hojas, pero tu arrogancia sigue intacta... ¿Será que no tienes ojos para ver a tu alrededor? ¿Realmente no puedes ver hacia abajo? El mundo está dividido en cielo y suelo, y hay tanto que te estás perdiendo por nunca mirar hacia acá."

Una brisa agitó las ramas del árbol, que se movieron de un lado para otro como si trataran de decir algo, pero se trataba solo de una ilusión. Una hoja de lo alto se desprendió y descendió con suavidad, deslizándose por la brisa hacia el que sería su lugar de descanso. Pero los vientos del bosque son caprichosos, con un sentido de ironía que pocos podían entender. En lugar de posarse sobre el suelo, aquella hoja perdida cayó sobre la hortensia que no dejaba de ver hacia lo alto, en busca de una respuesta de aquel imponente bosque.

Molesta, la hortensia trató de sacudirse pero la hoja del bosque había caído precisamente entre sus flores de su ramillete, quedando atrapada como una burla eterna de aquellos inmensos árboles. La que era muchas flores en una suspiró. Podía reclamarle al bosque por horas y no recibiría respuesta. Podía ser el único punto de color en aquel lugar frío y húmedo y aún así no lograría llamar la atención de aquellas inmensas figuras que se fundían con el cielo.

Un quedo ladrido distrajo de sus lamentos a la hortensia. Un perro guardián se acercó y con una delicadeza imposible, mordió la hoja invasora y la retiró, sin causarles el más mínimo daño a los cientos de flores que formaban aquel particular racimo de color.

"No te acerques tanto, animal de cabello oscuro, que tus dientes son muy afilados y me pueden lastimar," dijo la hortensia con un tono algo condescendiente. En respuesta, el perro se acostó junto a la flor, sin despegar sus ojos de aquella delicada flor cuya fragancia sutil pocas criaturas podían percibir. La hortensia iba a continuar con sus lamentos, pero la mirada penetrante del perro guardián se lo impidió. "Tu mirada me inquieta, animal oscuro. Uno de tus ojos está enfermo y me roba la paz que necesito para continuar mis lamentos." El animal bajó la mirada, avergonzado.

Una nueva brisa agitó las flores de la hortensia y ésta se preparó a continuar su canto de desdicha cuando no pudo evitar ver que el perro guardián ahora se cubría el rostro con las patas delanteras. "Te vas a hacer daño. ¿Pero qué haces?" El perro se rehusó a prestarle atención y siguió ocultando la mirada. "Te ordeno que te detengas," concluyó la hortensia con esa arrogancia que ya le era natural. Algo avergonzado, el perro asomó su ojo sano entre sus garras. Había algo de tristeza en su mirada, quizás algo más, pero cómo saberlo si esta hortensia nunca había aprendido a hablar otro idioma que no fuera el vegetal.

Con esa curiosidad poco común que la caracterizaba, la azulada flor movió sus pétalos y permitió que la memoria de la savia recorriera las venas de sus hojas y raíces. Fue entonces que lo recordó. La memoria de las plantas es tan particular, que si se distrae por un solo momento, lo que era tan importante para ella puede dejar de serlo para siempre. Aquel perro guardián había estado con ella desde el día que su primer capullo asomó. En un principio cazaba para ella, pensando que necesitaba carne para vivir, pero con el tiempo descubrió que lo que necesitaba era agua, así que empezó a traerle agua en su hocico todos los días, para mantenerla siempre fresca, siempre viva. "Con razón me eras tan familiar..." Como un relámpago de memoria, la hortensia recordó cuando una rama había caído de lo alto y el perro guardián se había interpuesto para protegerla. Ella había resultado ilesa, pero él... él había perdido la belleza de uno de sus ojos. La hortensia se estremeció al sentir el dolor tan grande que había lastimado a aquel guardián que había permanecido a su lado sin importarle el gran dolor que para él hubiera significado.

"Déjame ver tu otro ojo," dijo la hortensia con un tono suave y poco demandante que raras veces había utilizado. Temeroso, el perro guardián retiró la pata que le cubría el rostro, y aquella marca que lo definía se dejó ver. "Azul y café, tu mirada es hermosa", continuó la flor, ahora más radiante que ayer. "Y no la voy a olvidar nunca más." Una brisa helada, aún más fuerte, recorrió el lugar como si el bosque quisiera desquitarse de la traición de aquella planta insignificante. Por lo general, la hortensia se refugiaba en sus cientos de flores para evitar que el viento la dañara, pero en esta ocasión fue diferente. Escogió sus flores más hermosas y las ofreció al viento, que con su fría aspereza les arrebató la vida... Con un sentido de orgullo que era nuevo para ella, la hortensia recogió entre su ramillete las flores que se habían apagado, y las lució con vanidad. "Cada vez que mi mente vuele y te quiera olvidar, cada vez que la altura del bosque me aprisione en su prepotencia, sentiré las flores marchitas de mi rostro y te recordaré. Mi hermoso perro guardián, ¿puedes perdonar a esta pobre flor con la memoria de un pájaro que quiso portarse como un enorme pino, cuando no era más que un fastidioso arbusto?"

El perro guardián levantó la mirada sin estar del todo seguro de lo que sus peludos oídos acababan de escuchar. Nuevamente ladró con suavidad mientras sus ojos brillaban con una vida que hacía tiempo parecían haber perdido. Y la hortensia... la hortensia podía no hablar otro idioma que no fuera el vegetal, pero aún así, entendió.

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martes, 7 de julio de 2009

Mujer de Copas

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Con los dedos jugaba inconscientemente con el vaho que se formaba sobre el cristal, en un movimiento circular, repetitivo, casi autista, que era la única señal de vida que se reflejaba en aquel cuerpo inmóvil, casi maniquí, que no despegaba la vista de la ventana. Ningún detalle se le iba a escapar. Si pestañeaba podía perder el momento en que él finalmente apareciera, podía dejar escapar ese instante de sorpresa y alegría que habrían hecho que esa larga espera valiera la pena.

Una gota de agua rodó por su dedo, cruzó por el montículo que dibujaban las venas en su mano y empapó su muñeca rígida. Un frío sobrenatural subió por su brazo, atravesó su pecho, salió por los ojos y volvió a caer en sus dedos, para retomar nuevamente el movimiento circular en la copa. No podía perderse ningún detalle. No debía pestañear. Respiraba con dificultad, con una serenidad autoimpuesta, todo con tal de no alterar la escena perfecta que había dibujado con su mirada interior.

El peso de las horas hizo que un mechón de cabello cayera sobre sus ojos. Lo apartó con la mano húmeda y sintió el frío en su cara, cuando sus dedos arrugados por la humedad y la larga espera, rozaron su rostro. Acostumbrados al agua, esos mismos dedos limpiaron dos nuevas gotas que se formaban como el vaho de sus ojos, agua salada que sería la única calidez que sentiría por hoy.

Mañana, y el día que le seguía, y por muchos días más, regresaría a la misma mesa y al mismo lugar, mientras sus dedos seguían arrugándose a la espera de alguien que nunca iba a regresar.


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lunes, 6 de julio de 2009

Tapantí

Rocas bajo mis pies,
cuanta gente han visto pasar


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Cuando caigas,
serás aún más hermosa


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¿Qué esconden tus aguas,
que no te quieres mostrar?


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Sigue tu camino,
que no me atrevo a detenerte


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domingo, 5 de julio de 2009

En esa hora de melancolía

Naturaleza casi muerta

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Algún día seré un gran ciprés

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Abrázame con tu luz

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