Mientras llueve, poco me queda por hacer. Sentado frente a la ventana, es como si el tiempo se hubiera detenido y lo único que oyera fuera el sonido del agua al estrellarse contra el cristal. Toco el vidrio y el vaho humedece mis dedos, formando gotas que se deslizan por mis manos hasta mojar la orilla de mi camisa. Me acerco un poco más a la ventana y veo que afuera todo está mojado y frío, todo se ve tan gris que es como si viviera en un mundo sin colores y me cuesta tanto pretender que lo que pasa del otro lado de mi ventana no tiene nada que ver conmigo. Un escalofrío baja por mi espalda como si fuera una gota furtiva y no sé si son las ganas de correr bajo la lluvia, o si es por los recuerdos que se comienzan a filtrar en mi mente… Nosotros, caminando bajo la lluvia, compartiendo un paraguas y avanzando tan... pero tan despacio, para que ese momento no terminara jamás. Igual nos mojábamos porque el paraguas era pequeño y la lluvia intensa. El viento hacía que se me mojara el rostro y de verdad no me importaba. No me importaba nada. Nada. Y ahora es como si estuviera viendo esa fotografía congelada en el tiempo, con risas que se esconden entre el sonido del aguacero. El paraguas era la excusa, siempre fue una excusa. ¿Dónde estará ese paraguas ahora? ¿Existirá?
Un relámpago me despierta, porque por un momento volví a soñar despierto. La lluvia se hace más fuerte y me cuesta cada vez más reconocer las formas a través del cristal. Las casas, los cables, la calle, todo se vuelve un manchón borroso como nubes abiertas a mi interpretación. Y ahí te veo. ¿Dónde estarás ahora? ¿Te acordarás? Yo sí, y después de tanto tiempo no sé si es algo triste o si realmente me alegra darme cuenta que algunas memorias puedan ser tan vívidas, y creo que me alegra, sí, porque ya lo había olvidado y en este instante es como si todo volviera a suceder. Sonrío y me pregunto, si es que lo recuerdas, ¿cómo será para ti? Con tanto tiempo de por medio, me convertí en una persona diferente y supongo que tú también. Pero... ¿sabes?, supongo que hay momentos que quedan congelados en el tiempo, impregnados del olor de la lluvia y ese frío que me hacía palidecer y nos pintaba los labios de azul. Y las risas... te juro que en este momento las escucho. Me pregunto cómo será para ti. ¿Te acordarás? Quién sabe... Para mí es como haber vuelto a encontrar esa película de la infancia que me gustaba tanto y que puedo volverla a disfrutar en soledad, en compañía de mis mejores recuerdos. Si ya lo olvidaste, tal vez no importa, porque mi memoria también es fugaz y ni siquiera estoy seguro que sean mis propios recuerdos o si mi imaginación se ha vuelto tan complaciente que me devuelve esta historia de la manera en que me hubiera gustado haberla vivido. Tal vez no pueda distinguir lo real de lo imaginario, pero de lo que sí tengo certeza es de esta sensación que vuelvo a sentir en mi pecho, de este leve ardor que no se quita y que se refleja en mis ojos sin que pueda evitarlo. Si quisiera evitarlo, la lluvia definitivamente no me dejaría, porque se filtra por las goteras creadas por los años, inundándome de recuerdos que ni siquiera parecen míos. Este ardor crece, haciéndose presente, recordándome que realmente nunca se olvida por completo, que lo vivido sigue aquí aunque no lo vea, y ahora que llueve y los colores se van, esas imágenes salen y bailan frente a mis ojos, curiosas, coquetas, cautivadoras, desafiándome para que me vuelva a encontrar contigo, trayéndote al presente y forzándome a reencontrar esta extraña fragilidad que ya había olvidado, que ya ni siquiera parece mía.
Abro la puerta y algunas gotas perdidas impulsadas por el aire me salpican el rostro. El agua está fría y el viento habla en suspiros que no se quieren dejar entender, con ese código secreto que me pide a gritos que lo escuche y que estoy a un paso de descifrar, pero aún no lo consigo. Cierro la puerta tras de mí y doy un par de pasos fuera de casa. El agua cae sobre mis ojos y empiezo a temblar. ¿Será el frío? La lluvia aumenta y vuelvo a oír las risas. Ya no lo puedo contener y sonrío y giro bajo la lluvia con los brazos extendidos dejando que el agua corra por todo mi cuerpo. Sin paraguas, sin compañía, jugando bajo la lluvia como… como en aquellos tiempos. El ardor en mi pecho está a punto a explotar y echo a correr, no sé si para dejarlo atrás o para sentirlo aún más y llenarme de su energía, como si dentro de mí se encendiera una fogata que se avivaba con el agua, con un calor tan intenso que ardía incontenible dentro de mí. Solo pienso en correr y saltar de charco en charco, empapándome a más no poder. No hay nadie alrededor, solo mi risa y el sonido del viento y el agua, y es entonces cuando finalmente comprendo que lo que viví nunca volverá, pero tampoco desaparecerá del todo, porque es parte de mí, parte de mi historia. Nuestros juegos bajo la lluvia ya pasaron, y aunque los había olvidado, hoy vuelven a vivir entre el frío y el agua, entre ecos y risas que esta deliciosa demencia me permite recuperar aunque sea por un instante, en el que regreso bajo un paraguas que no sirve y salto entre charcos que no quiero evitar.
Un giro más bajo la lluvia y abro mi boca para tomar el agua del cielo, como solíamos hacer en aquellos tiempos, como he hecho durante toda mi vida.
5 comentarios:
Me gustó mucho la historia y las fotos están muy bonitas
Es así, los recuerdos pasados nunca se van del todo, aunque en ocasiones si que los trucamos un poquito.
Muy bello.
Muchas gracias, Carlita :)
Gracias, Gerald!!!!
Those are some gorgeous photographs!
Thanks a lot, Jeve :)
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