"Eres tan hermoso y tan arrogante. ¡Baja la mirada de una vez por todas y pon tus miles de ojos en mí! Merezco mucho más que la limosna de una hoja muerta."
"Bosque, ¿qué tan alto quieres llegar? Extiendes tus ramas hacia el cielo pero no dices qué estás buscando. Miras hacia arriba y nada te detiene. Ya has perdido casi todas tus hojas, pero tu arrogancia sigue intacta... ¿Será que no tienes ojos para ver a tu alrededor? ¿Realmente no puedes ver hacia abajo? El mundo está dividido en cielo y suelo, y hay tanto que te estás perdiendo por nunca mirar hacia acá."
Una brisa agitó las ramas del árbol, que se movieron de un lado para otro como si trataran de decir algo, pero se trataba solo de una ilusión. Una hoja de lo alto se desprendió y descendió con suavidad, deslizándose por la brisa hacia el que sería su lugar de descanso. Pero los vientos del bosque son caprichosos, con un sentido de ironía que pocos podían entender. En lugar de posarse sobre el suelo, aquella hoja perdida cayó sobre la hortensia que no dejaba de ver hacia lo alto, en busca de una respuesta de aquel imponente bosque.
Molesta, la hortensia trató de sacudirse pero la hoja del bosque había caído precisamente entre sus flores de su ramillete, quedando atrapada como una burla eterna de aquellos inmensos árboles. La que era muchas flores en una suspiró. Podía reclamarle al bosque por horas y no recibiría respuesta. Podía ser el único punto de color en aquel lugar frío y húmedo y aún así no lograría llamar la atención de aquellas inmensas figuras que se fundían con el cielo.
Un quedo ladrido distrajo de sus lamentos a la hortensia. Un perro guardián se acercó y con una delicadeza imposible, mordió la hoja invasora y la retiró, sin causarles el más mínimo daño a los cientos de flores que formaban aquel particular racimo de color.
"No te acerques tanto, animal de cabello oscuro, que tus dientes son muy afilados y me pueden lastimar," dijo la hortensia con un tono algo condescendiente. En respuesta, el perro se acostó junto a la flor, sin despegar sus ojos de aquella delicada flor cuya fragancia sutil pocas criaturas podían percibir. La hortensia iba a continuar con sus lamentos, pero la mirada penetrante del perro guardián se lo impidió. "Tu mirada me inquieta, animal oscuro. Uno de tus ojos está enfermo y me roba la paz que necesito para continuar mis lamentos." El animal bajó la mirada, avergonzado.
Una nueva brisa agitó las flores de la hortensia y ésta se preparó a continuar su canto de desdicha cuando no pudo evitar ver que el perro guardián ahora se cubría el rostro con las patas delanteras. "Te vas a hacer daño. ¿Pero qué haces?" El perro se rehusó a prestarle atención y siguió ocultando la mirada. "Te ordeno que te detengas," concluyó la hortensia con esa arrogancia que ya le era natural. Algo avergonzado, el perro asomó su ojo sano entre sus garras. Había algo de tristeza en su mirada, quizás algo más, pero cómo saberlo si esta hortensia nunca había aprendido a hablar otro idioma que no fuera el vegetal.
Con esa curiosidad poco común que la caracterizaba, la azulada flor movió sus pétalos y permitió que la memoria de la savia recorriera las venas de sus hojas y raíces. Fue entonces que lo recordó. La memoria de las plantas es tan particular, que si se distrae por un solo momento, lo que era tan importante para ella puede dejar de serlo para siempre. Aquel perro guardián había estado con ella desde el día que su primer capullo asomó. En un principio cazaba para ella, pensando que necesitaba carne para vivir, pero con el tiempo descubrió que lo que necesitaba era agua, así que empezó a traerle agua en su hocico todos los días, para mantenerla siempre fresca, siempre viva. "Con razón me eras tan familiar..." Como un relámpago de memoria, la hortensia recordó cuando una rama había caído de lo alto y el perro guardián se había interpuesto para protegerla. Ella había resultado ilesa, pero él... él había perdido la belleza de uno de sus ojos. La hortensia se estremeció al sentir el dolor tan grande que había lastimado a aquel guardián que había permanecido a su lado sin importarle el gran dolor que para él hubiera significado.
"Déjame ver tu otro ojo," dijo la hortensia con un tono suave y poco demandante que raras veces había utilizado. Temeroso, el perro guardián retiró la pata que le cubría el rostro, y aquella marca que lo definía se dejó ver. "Azul y café, tu mirada es hermosa", continuó la flor, ahora más radiante que ayer. "Y no la voy a olvidar nunca más." Una brisa helada, aún más fuerte, recorrió el lugar como si el bosque quisiera desquitarse de la traición de aquella planta insignificante. Por lo general, la hortensia se refugiaba en sus cientos de flores para evitar que el viento la dañara, pero en esta ocasión fue diferente. Escogió sus flores más hermosas y las ofreció al viento, que con su fría aspereza les arrebató la vida... Con un sentido de orgullo que era nuevo para ella, la hortensia recogió entre su ramillete las flores que se habían apagado, y las lució con vanidad. "Cada vez que mi mente vuele y te quiera olvidar, cada vez que la altura del bosque me aprisione en su prepotencia, sentiré las flores marchitas de mi rostro y te recordaré. Mi hermoso perro guardián, ¿puedes perdonar a esta pobre flor con la memoria de un pájaro que quiso portarse como un enorme pino, cuando no era más que un fastidioso arbusto?"
El perro guardián levantó la mirada sin estar del todo seguro de lo que sus peludos oídos acababan de escuchar. Nuevamente ladró con suavidad mientras sus ojos brillaban con una vida que hacía tiempo parecían haber perdido. Y la hortensia... la hortensia podía no hablar otro idioma que no fuera el vegetal, pero aún así, entendió.